Colegio Menor de Juventudes: Donoso Cortés (Cáceres) Cursos: 1970/1974
miércoles, 25 de abril de 2012
Posteridad
Al final todos aprendimos a hacer el nudo de la corbata, de lo que yo presumía en mi familia, eso sí, usando la única corbata de que se disponía: la del uniforme.
Con habitación asignada en el sector C y ya con compañeros y con el uniforme dispuesto para las obligaciones colegiales, sólo quedaba lo más importante: el instituto, razón académica de peso sobre la que se fraguaría todo el proyecto de “hombre de provecho para el día de mañana” (que es hoy). Pero antes una obligación por parte de la familia: era imprescindible una foto, tamaño carnet, para el libro de escolaridad. Me imagino que serían dos ya que una conservo en el libro y la otra es lógico que se quedaría para el archivo del Brocense.
Como fuera impensable tal requisito hubo que recurrir a la cámara fotográfica de emergencias (me imagino muy conocida por todos los pueblerinos que acudíamos al “Brocense”) instalada en el descansillo de las escaleras que hay junto al “Requeté,” tienda de telas y ropas de indudable popularidad, que no sé si sobrevive. Allí me esperaba el armatoste en un trípode de madera, con un cortinaje negro detrás del que desaparecía el fotógrafo, para retratarme. Toda una novedad y lo sorprendente es el actual estado de la foto, a pesar de sus tonos oscuros y grises descompensados, aún me reconozco con mi cara de sorpresa.
lunes, 23 de abril de 2012
Mañas
Mañas
Ese rollo económico entonces no formaba parte de mis preocupaciones. Lo realmente preocupante era la corbata que pasó a ser la primera y más importante lección de protocolo que recibiríamos del preceptor y educadores: el nudo de la corbata. No sé si era el nombre de preceptor o era el de jefe de estudios por el que conocíamos al subdirector del Donoso.
No sé cuántas horas dedicaríamos a aprender a hacer el nudo simple y, luego, a las semanas, el nudo doble. Lección de gran calado ya que se insistía en que la corbata se arrugaba mucho anudada, por lo que cada vez que la utilizásemos había que anudar y desanudar después. ¡Anda que tardamos mucho en ahorrar tiempo! Un nudo simple o doble, bien apretado, y, cuando hubiera que deshacerlo, ya veríamos las consecuencias. De momento con uno y, a poder ser, para siempre, ganaríamos en agilidad.
Ese rollo económico entonces no formaba parte de mis preocupaciones. Lo realmente preocupante era la corbata que pasó a ser la primera y más importante lección de protocolo que recibiríamos del preceptor y educadores: el nudo de la corbata. No sé si era el nombre de preceptor o era el de jefe de estudios por el que conocíamos al subdirector del Donoso.
No sé cuántas horas dedicaríamos a aprender a hacer el nudo simple y, luego, a las semanas, el nudo doble. Lección de gran calado ya que se insistía en que la corbata se arrugaba mucho anudada, por lo que cada vez que la utilizásemos había que anudar y desanudar después. ¡Anda que tardamos mucho en ahorrar tiempo! Un nudo simple o doble, bien apretado, y, cuando hubiera que deshacerlo, ya veríamos las consecuencias. De momento con uno y, a poder ser, para siempre, ganaríamos en agilidad.
domingo, 22 de abril de 2012
Credencial
La primera foto, y una de las pocas que tengo, es de diciembre de 1970, es decir, antes de navidad, día memorable tenía que ser ya que aparezco en la foto con el uniforme, acompañado de educadores, conserje, algunos compañeros más y un coche que recuerdo que era del padre de un alumno de Vaverde del Fresno, S. Martín de Trevejo o de Eljas. Es deducible que sería el día que nos daban las vacaciones y por eso había venido el padre con el coche a recoger a su hijo y de paso a sus paisanos.
La incorporación al cole era en setiembre y generalmente volvíamos a ver a la familia en Navidad, por esto no hilvano cómo mi madre tenía el traje preparado para cuando me incorporase al colegio, pues ya debía ir señalado para no confundirlo, pienso que al confirmar mi inscripción se abonaría un dinero y en los primeros días de clase se nos distribuirían los trajes, cuyo importe se cargaría en la mensualidad.
No sé si era mensualidad, ya que la beca de que disponía la pagaban ya bien entrado el 2º trimestre y dudo que mi familia dispusiera de efectivo. Claro, puede ser que, teniendo la credencial de becario, el colegio ya no necesitara más aval que las 18000 pesetas (300 €) que me cobrarían nada más se dispusiera de la beca, por un simple acuerdo de cesión del importe a los responsables del Donoso. Ahora lo entiendo.
sábado, 21 de abril de 2012
Uniforme
La memoria intuitiva me será de utilidad cuando, en muchas ocasiones, dé por sentado hechos que no ocurrieron como tal realmente, pero que después de los años yo no pienso reprochármelos. O sea, contaré lo que recuerde tal y como pasó y las lagunas que tenga las llenaré para que no parezcan un espejismo.
Esto viene a cuento del uniforme colegial que todos teníamos que llevar en algunas ocasiones, de las que recuerdo de forma ineludible para la misa dominical en el salón de actos, aunque después parece que se relajaron en la aplicación de la norma.
¡Qué elegancia de traje!: pantalón gris, chaqueta azul (con escudo y todo), camisa blanca, corbata roja, calcetines grises y zapatos negros. Todo un proyecto de hombrecito con traje-corbata. Mi madre no podía ni imaginar que en su hijo luciría otra chaqueta distinta de aquella blanca que me prestaron para el traje de mi primera comunión. A mí no me ilusionó sobremanera ya que se me dio una chaqueta sin solapa, de los más pequeños, a la que en el conjunto le correspondía pantalón corto y ¡por ahí no pasé! Había desterrado las calzonas para vestir de calle desde que hice mi primera comunión, por tanto se aplicó la excepción y se avinieron a mis pretensiones; pero con la chaqueta sin solapa, no cedieron por completo a mi deseo de chaqueta-solapa, ¡qué mal!
viernes, 20 de abril de 2012
Reto
Sólo nos quedamos aquella primera noche en el colegio los tres alumnos. No recuerdo, pero los educadores supongo que sí que estarían, pues, aquella situación pospuesta 40 años supondría un trauma psicológico-infantil para cualquier infante de 10 añitos con el agravante del pánico que podía infundir aquel sector C, dormitorio prácticamente deshabitado, desconocido e inmenso. Puedo dar fe que no supuso ningún problema mental que no lo superase la emoción de encontrarme en el inicio de un camino, de una envolvente realidad que teníamos que asumir, dominar, desmenuzar. Algo que no estaba al alcance de muchos y por eso tuvimos que adaptarnos para progresar sin miedo.
Comenzaba la gratificante aventura que no podía detener una nochecita en un lugar que, aunque tenebroso y desolado, albergaba todas nuestras esperanzas y copaba nuestras perspectivas para aferrarnos a una formación prometedora.
jueves, 19 de abril de 2012
Descubriendo
Acostumbrado en mi casa a compartir dormitorio con mis dos hermanos y, con uno de ellos, cama ya que la habitación no daba para más, fue sorprendente cuando en el Donoso me mostraron el dormitorio del sector C, con habitaciones corridas, muy grandes, donde podíamos estar, según cálculos retrospectivos, nada seguros, unos 50/60 chavales, distribuidos, como he dicho y creo recordar, en habitaciones para 8 colegiales, separadas por un tabique entre cada una, y, lo mejor: con camas en literas, que yo no había visto ni en las pocas películas del cine de mi pueblo.
En semejante dormitorio aterrizaron mis huesos la primera noche que tuve que compartir con F. Mateos G., también de 1º de Bachiller, y otro colegial mayor del que no recuerdo su nombre. ¿Por qué llegué yo antes, cuando además iba al mismo cole un paisano mío: J.M. Grande D.? Pues ahora se me ocurre lo que en aquella ocasión se le ocurriría a mis padres: “mejor vamos prontito por si acaso”.
Por otro lado, no teníamos contacto con mi paisano, ya que no hacía mucho nos habíamos trasladado a Valdencín, procedentes de Mirabel, mi pueblo natal. Esto justifica la precaución familiar ante la decisión tan trascendental de mandar a un hijo a estudiar a la capital. No se podía arriesgar en la fecha de ingreso. ¡Ahí me quedé!
miércoles, 18 de abril de 2012
Impacto
La llegada al colegio fue un auténtico descubrimiento cuyo momento más impactante fueron las lágrimas de mi madre al presenciar por primera vez el salón de actos. Asientos alargados forrados de escai (no sé cómo se escribe) de color rojo. Esto era lo más parecido a un teatro señorial que mi madre hubo presenciado hasta entonces. Me imagino que su fascinación sería el escenario y, no recuerdo si había, el telón o cortinajes laterales. A mí realmente no me llamó la atención este lugar que luego comprendí que sería muy importante para el desarrollo de la vida colegial: misas, veladas, rincones poéticos. En fín, todo lo que era el apartado público-socializante de la vida colegial.
Ahora con este blogg me siento como en aquella ocasión: he llegado a un sitio desconocido pero lleno de posibilidades que iré aplicando para mejorar todo esto.
La historia continúa.
Ahora con este blogg me siento como en aquella ocasión: he llegado a un sitio desconocido pero lleno de posibilidades que iré aplicando para mejorar todo esto.
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